En un momento crucial para la política local, nos encontramos ante un cambio significativo en el poder legislativo. Con la llegada de nuevos concejales, surge una pregunta crucial: ¿estamos dispuestos a seguir permitiendo pasantías en la gestión de nuestros asuntos públicos?
La particularidad de este nuevo escenario radica en que ninguno de los recién llegados ha tenido experiencia previa en el Consejo Deliberante. Algunos cuentan con un bagaje laboral en la institución, lo que les otorga cierta familiaridad con su funcionamiento interno. Sin embargo, la transición de ser empleados a convertirse en los que emiten órdenes representa un desafío de otra magnitud.
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La comparación con una pasantía resulta inevitable. Aquí, nueve personas estarán adquiriendo experiencia en un entorno donde quizás su conocimiento previo sea limitado. Esta situación resulta paradójica, ya que una pasantía implica la oportunidad para un estudiante o recién graduado de obtener experiencia práctica en un campo específico. Sin embargo, en este caso, nos enfrentamos a la realidad de que algunos de estos nuevos concejales carecen por completo de un trasfondo político, convirtiéndose así en verdaderos pasantes en la gestión pública.
El dilema reside en si en un momento tan crítico para nuestra comunidad podemos permitirnos esta suerte de «pasantías políticas«. En una situación donde las decisiones que tomemos como ciudadanos tendrán un impacto directo en nuestro futuro, es necesario reflexionar sobre la idoneidad de este sistema que otorga voz a unos pocos pero que parece generar escasos resultados.
Nos hallamos en un punto clave, donde nuestras decisiones como sociedad determinarán si continuamos respaldando un modelo que ha generado más interrogantes que soluciones. Cuarenta años de democracia nos han situado en una coyuntura crítica, donde la economía se ve exhausta y requiere una reconstrucción urgente. Esta crisis económica es, en gran medida, el resultado de decisiones políticas erróneas y de pasantías prolongadas en el ejercicio del poder.
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Es momento de plantearnos hasta qué punto podemos seguir tolerando que personas sin la experiencia necesaria ocupen cargos que requieren conocimientos específicos y habilidades políticas. La responsabilidad de quienes nos representan debe ser más que una mera adquisición de experiencia, debe ser el ejercicio efectivo y competente del gobierno.
El debate sobre la conveniencia de seguir respaldando este sistema que permite a algunos aprender mientras gobiernan se vuelve más urgente que nunca. Es hora de reflexionar sobre qué tipo de representantes queremos para el futuro y si estamos dispuestos a seguir sosteniendo pasantías políticas que poco han beneficiado a nuestra sociedad.
En definitiva, es imperativo que como ciudadanos nos involucremos activamente en este diálogo y exijamos una clase política capacitada, preparada y comprometida, que no solo adquiera experiencia, sino que también demuestre capacidad para gobernar y actuar en beneficio de todos los ciudadanos.
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